[Risas inesperadas]
Tenía sólo 24 años y ya se quejaba de la vida. Ana era periodista, aunque no lo ejercía por la falta de confianza de los contratantes. Vivía en un apartamento muy pequeño, mal decorado y con muy poca luz. Cada vez que entraba en él, le daba la sensación de estar en una cueva. No le gustaba donde vivía, pero se tenía que conformar con eso porque sus ahorros no daban para mucho más.
Se miraba al espejo y tampoco le gustaba lo que veía. Llevaba gafas, tenía un pelo descuidado y su vestimenta era bastante grotesca. Sus amigos no se portaban demasiado bien con ella. A menudo, intentaban dejarle en ridículo. Se pasaba el día intentando buscar algún trabajo relacionado con el periodismo. Pero cuando le hacían la entrevista previa a la contratación, siempre recibía las mismas respuestas: Ya le llamaremos nosotros, Buscamos a una persona con buen aspecto y que de seriedad a la empresa. Su perfil no cuadra con lo que buscamos. Infinidad de rechazos.
Todas estas cosas, hicieron que Ana se convirtiera en una persona cada vez más cerrada, más desconfiada y con más complejos que nadie. Pero sólo necesitaba que alguien supiera mirar en su interior. Si alguien lo conseguía, vería que debajo de ese pelo destrozado y de esas gafas anticuadas, había una chica preciosa, con unos ojos que enamoraban y una inteligencia sin igual.
Era martes. Había tenido una mañana muy ajetreada. Durante semanas, había intentado ejercer como periodista. Pero ante el fracaso de su incansable búsqueda, decidió probar suerte en otros tipos de empleo. Así que consiguió trabajo en un supermercado por la mañana, y en una tienda de ropa por la tarde. Eran las cuatro y media. Apenas tenía tiempo para comer. Llegaba a casa a las tres y media aproximadamente y en cuanto acababa se iba al otro extremo de la ciudad para ir al trabajo de la tarde.
El ascensor tardaba mucho en subir. Y esto le desesperaba. En esa espera le daba tiempo a pensar muchas cosas.
A todo el mundo le ha acompañado la suerte en algún momento de la vida. ¿Por qué a mí no? Tampoco pido mucho No le gusto a nadie. Nadie me quiere para que trabaje en su empresa. Apenas me llega el dinero para llegar a fin de mes. ¿Me puede ir peor? Y encima soy fea
Y llegó el ascensor. Dejó la mente en blanco mientras bajaba. Ese par de minutos lo usaba para relajarse algo. Pero muy poco. Cuando salió del ascensor, escuchó risas de niños en el portal. Miró a su alrededor para ver qué hacían esos niños. Seguro que están haciendo una trastada., pensó Ana. Bajó los escalones y llegó a la parte de los buzones. En una de las esquinas había un niño y una niña. No tendrían más de siete años cada uno. Se estaban riendo a carcajadas limpias.
-¿Qué estáis haciendo? Preguntó Ana.
-Nada. Contestaron los dos niños a la vez.
-¿Y de qué os reís tanto?
-No sé De cualquier cosa. Siempre hay algo de lo que reírse. Y si no lo encontramos, pues nos reímos de nosotros mismo. Le dijo el niño.
-Sí, es verdad. Tú nunca te ríes Y te hemos visto llorar más de una vez. ¿Por qué estás tan triste? Le dijo la niña a Ana.
-¿Y vosotros cómo sabéis que no río? ¿Y que lloro alguna vez?
-Sabemos muchas cosas de ti. Y hemos venido para enseñarte a sonreír y a ser feliz. Vamos a regalarte un poquito de la felicidad de los niños. Nos lo has pedido muchas veces en sueños y ahora, queremos ayudarte.
-Mirad, tengo un poco de prisa. Y no tengo nada de tiempo para escuchar a niños decir tonterías. Así que me marcho. Seguid riéndoos de algo.
-Vale, sabemos que estás muy ocupada con tus dos trabajos. Pero antes de irte, mírame fijamente, Ana.
La niña se acercó a Ana y la obligó prácticamente a ponerse en cuclillas. Cuando sus dos caras estaban en forma paralela, la niña se llevó el puño cerrado a la altura de su boca. Le sonrió a Ana. Extendió su mano y sopló. Unos polvos con mucho brillo cegaron a Ana durante un instante. Cuando recuperó la visibilidad totalmente, los niños ya no estaban. El cansancio me hace delirar, pensó. El día transcurrió con total normalidad. Llegó a casa rendida y le faltó tiempo para irse a la cama a dormir.
A la mañana siguiente, el teléfono sonó mientras Ana desayunaba.
-¿Si?
-Hola, buenos días. Le llamamos del periódico Hoy. Hemos estado estudiando su currículum y estamos muy interesados en que trabaje con nosotros. ¿Podría pasarse esta tarde por nuestra redacción para que ultimemos los detalles y le hagamos el contrato?
-¡Por supuesto! A las cinco me paso por allí.
-Perfecto. Hasta entonces.
Ana no se lo creía Fue corriendo al baño a cambiarse y arreglarse. Se miró en el espejo y recordó la risa de esos niños y todo lo que había ocurrido el día anterior. Tal vez no fuera un delirio . De repente, unas ganas tremendas de cambiar de aspecto se apoderaron de ella. Se quitó las gafas y se puso las lentillas que tanto odiaba. Se quitó la coleta y se soltó el pelo. Llamó al supermercado para decir que esa mañana se encontraba mal y no podría ir a trabajar.
En cuanto se vistió, fue a la peluquería a que le cortaran el pelo y se lo tiñeran de castaño oscuro con alguna que otra mecha. Quedó preciosa. También fue de compras y renovó todo su armario. Se terminaron las faldas por debajo de la rodilla y los colores apagados. Vaqueros, camisetas de todos los colores, tops provocativos, ropa interior nueva, mini faldas para salir de noche, trajes de chaqueta para dar buena impresión en el trabajo, vestidos, blusas, etc.
Fue a un local de maquillaje y pidió que le pintaran. El resultado fue increíble. Se puso un traje de chaqueta negro con una blusa debajo. El pelo le daba un toque juvenil y a la vez elegante. Y el maquillaje le dio el toque perfecto. Nadie se hubiera imaginado que Ana fuera realmente así de guapa.
Por la tarde, fue a la entrevista de trabajo y consiguió el puesto. De camino a casa no paraba de sonreír. Jamás había sido tan feliz. Cuando llegó a casa, tenía tres mensajes en el contestador. Eran sus amigos. Y por primera vez, tuvo el valor de decirles adiós. Había nacido una nueva Ana. Sus alas se habían curado y se mostraban más bellas que nunca.
Al final del día, con el pijama ya puesto se asomó a la ventana. Miró al cielo y sonrió. Sabía que en algún lugar estaban esos dos niños riéndose de algo, y seguro que sonreían por ella.
Gracias pequeños, dijo en voz alta Ana.
Y era cierto, los dos niños estaban apoyados en unas brillantes estrellas mirando a Ana y riendo. ¿De qué? Esta vez sí tenían un motivo: Le habían dado la seguridad y la felicidad que le faltaba a Ana.
Se miraba al espejo y tampoco le gustaba lo que veía. Llevaba gafas, tenía un pelo descuidado y su vestimenta era bastante grotesca. Sus amigos no se portaban demasiado bien con ella. A menudo, intentaban dejarle en ridículo. Se pasaba el día intentando buscar algún trabajo relacionado con el periodismo. Pero cuando le hacían la entrevista previa a la contratación, siempre recibía las mismas respuestas: Ya le llamaremos nosotros, Buscamos a una persona con buen aspecto y que de seriedad a la empresa. Su perfil no cuadra con lo que buscamos. Infinidad de rechazos.
Todas estas cosas, hicieron que Ana se convirtiera en una persona cada vez más cerrada, más desconfiada y con más complejos que nadie. Pero sólo necesitaba que alguien supiera mirar en su interior. Si alguien lo conseguía, vería que debajo de ese pelo destrozado y de esas gafas anticuadas, había una chica preciosa, con unos ojos que enamoraban y una inteligencia sin igual.
Era martes. Había tenido una mañana muy ajetreada. Durante semanas, había intentado ejercer como periodista. Pero ante el fracaso de su incansable búsqueda, decidió probar suerte en otros tipos de empleo. Así que consiguió trabajo en un supermercado por la mañana, y en una tienda de ropa por la tarde. Eran las cuatro y media. Apenas tenía tiempo para comer. Llegaba a casa a las tres y media aproximadamente y en cuanto acababa se iba al otro extremo de la ciudad para ir al trabajo de la tarde.
El ascensor tardaba mucho en subir. Y esto le desesperaba. En esa espera le daba tiempo a pensar muchas cosas.
A todo el mundo le ha acompañado la suerte en algún momento de la vida. ¿Por qué a mí no? Tampoco pido mucho No le gusto a nadie. Nadie me quiere para que trabaje en su empresa. Apenas me llega el dinero para llegar a fin de mes. ¿Me puede ir peor? Y encima soy fea
Y llegó el ascensor. Dejó la mente en blanco mientras bajaba. Ese par de minutos lo usaba para relajarse algo. Pero muy poco. Cuando salió del ascensor, escuchó risas de niños en el portal. Miró a su alrededor para ver qué hacían esos niños. Seguro que están haciendo una trastada., pensó Ana. Bajó los escalones y llegó a la parte de los buzones. En una de las esquinas había un niño y una niña. No tendrían más de siete años cada uno. Se estaban riendo a carcajadas limpias.
-¿Qué estáis haciendo? Preguntó Ana.
-Nada. Contestaron los dos niños a la vez.
-¿Y de qué os reís tanto?
-No sé De cualquier cosa. Siempre hay algo de lo que reírse. Y si no lo encontramos, pues nos reímos de nosotros mismo. Le dijo el niño.
-Sí, es verdad. Tú nunca te ríes Y te hemos visto llorar más de una vez. ¿Por qué estás tan triste? Le dijo la niña a Ana.
-¿Y vosotros cómo sabéis que no río? ¿Y que lloro alguna vez?
-Sabemos muchas cosas de ti. Y hemos venido para enseñarte a sonreír y a ser feliz. Vamos a regalarte un poquito de la felicidad de los niños. Nos lo has pedido muchas veces en sueños y ahora, queremos ayudarte.
-Mirad, tengo un poco de prisa. Y no tengo nada de tiempo para escuchar a niños decir tonterías. Así que me marcho. Seguid riéndoos de algo.
-Vale, sabemos que estás muy ocupada con tus dos trabajos. Pero antes de irte, mírame fijamente, Ana.
La niña se acercó a Ana y la obligó prácticamente a ponerse en cuclillas. Cuando sus dos caras estaban en forma paralela, la niña se llevó el puño cerrado a la altura de su boca. Le sonrió a Ana. Extendió su mano y sopló. Unos polvos con mucho brillo cegaron a Ana durante un instante. Cuando recuperó la visibilidad totalmente, los niños ya no estaban. El cansancio me hace delirar, pensó. El día transcurrió con total normalidad. Llegó a casa rendida y le faltó tiempo para irse a la cama a dormir.
A la mañana siguiente, el teléfono sonó mientras Ana desayunaba.
-¿Si?
-Hola, buenos días. Le llamamos del periódico Hoy. Hemos estado estudiando su currículum y estamos muy interesados en que trabaje con nosotros. ¿Podría pasarse esta tarde por nuestra redacción para que ultimemos los detalles y le hagamos el contrato?
-¡Por supuesto! A las cinco me paso por allí.
-Perfecto. Hasta entonces.
Ana no se lo creía Fue corriendo al baño a cambiarse y arreglarse. Se miró en el espejo y recordó la risa de esos niños y todo lo que había ocurrido el día anterior. Tal vez no fuera un delirio . De repente, unas ganas tremendas de cambiar de aspecto se apoderaron de ella. Se quitó las gafas y se puso las lentillas que tanto odiaba. Se quitó la coleta y se soltó el pelo. Llamó al supermercado para decir que esa mañana se encontraba mal y no podría ir a trabajar.
En cuanto se vistió, fue a la peluquería a que le cortaran el pelo y se lo tiñeran de castaño oscuro con alguna que otra mecha. Quedó preciosa. También fue de compras y renovó todo su armario. Se terminaron las faldas por debajo de la rodilla y los colores apagados. Vaqueros, camisetas de todos los colores, tops provocativos, ropa interior nueva, mini faldas para salir de noche, trajes de chaqueta para dar buena impresión en el trabajo, vestidos, blusas, etc.
Fue a un local de maquillaje y pidió que le pintaran. El resultado fue increíble. Se puso un traje de chaqueta negro con una blusa debajo. El pelo le daba un toque juvenil y a la vez elegante. Y el maquillaje le dio el toque perfecto. Nadie se hubiera imaginado que Ana fuera realmente así de guapa.
Por la tarde, fue a la entrevista de trabajo y consiguió el puesto. De camino a casa no paraba de sonreír. Jamás había sido tan feliz. Cuando llegó a casa, tenía tres mensajes en el contestador. Eran sus amigos. Y por primera vez, tuvo el valor de decirles adiós. Había nacido una nueva Ana. Sus alas se habían curado y se mostraban más bellas que nunca.
Al final del día, con el pijama ya puesto se asomó a la ventana. Miró al cielo y sonrió. Sabía que en algún lugar estaban esos dos niños riéndose de algo, y seguro que sonreían por ella.
Gracias pequeños, dijo en voz alta Ana.
Y era cierto, los dos niños estaban apoyados en unas brillantes estrellas mirando a Ana y riendo. ¿De qué? Esta vez sí tenían un motivo: Le habían dado la seguridad y la felicidad que le faltaba a Ana.
17 comentarios
Dynaheir -
Duna >>> A ver si a mí me llegan otros dos angelitos como éstos :p
Sory >>> A que sí? Un besazo para tí también preciosa!
Viento >>> Muchísimas gracias :) muaka!
Corazón >>>> Síííí soy peque!!! Jajaja por qué si no los niños protagonizan mi blog? :p
Corazón... -
Creí que tenías mas añitos, pues demuestras mucha madurez :))
Un placer leerte, es precioso!
;o)
Viento -
Sory -
Besazo guapi ! :*
DuNa -
Precioso!
LuNa -
Dynaheir -
Jajaja qué original Mi escaparate :p Hoy estoy un poquito corta de reflejos, ya te dije!
Mi escaparate -
Lee la primera letra de cada frase.
Un besazo.
LuNa -
Dynaheir -
Maribel -
Ah, por cierto...que te invito a Barcelona, que seguro que hago que te guste más! Un besazo, princesa!
Dynaheir -
Martita >>> Te ha gustado?? woooo jajaja ya toy felis!
Mi escaparate >>> Hola preciosa!
4D4 >>>> Sí, a ver si a mí me vienen dos niños riéndose y me tiran unos polvos y tal... sin pensar mal ehhhhh xD
4D4 -
Mi escaparate -
He entrado para saludarte.
Un besazo.
;-)
Marta -
Y es cierto, que muchas veces, con un simple cambio en nosotros mismos, conseguimos ir más allá de lo que pensabamos que podíamos hacer.
Besos
LuNa -
Dynaheir -